TEXTOS

COMO ACOTAR UN CROISSANT, Enric Miralles.




¿ARQUITECTURA LATINOAMERICANA? Rafael Iglesias.
(ballenas, mariposas, camellos, entre otras cosas
)


En nuestra literatura Borges, Arlt, Bioy Casares y tantos otros se han expresado con un lenguaje que le es propio y a la vez universal. Han contado nuestras cosas. Y si bien han pintado nuestra aldea: ¿nos atreveríamos a decir que la obra de Jorge Luis Borges es latinoamericana? Un escritor que pensaba en inglés y que, por esas cosas de la vida nació en Buenos Aires; que fue, al mismo tiempo, fiel a su origen geográfico y confeso amante de la literatura norteamericana y la mitología germana; alguien que cuando se vio morir se fue a vivir a Suiza, mientras se preguntaba: ¿ porque habré de morir, si nunca lo hice antes?. Hasta donde puedo ver, Borges es, por lo menos, universal.
Entonces, ¿qué cosa es una arquitectura latinoamericana? ¿Una clasificación? ¿Un orden para evitar el caos? En ese caso, deberíamos preguntarnos de cuál caos se trata: ¿el caos donde todo es igual o el caos donde todo es diferente? (1) Si esto es así, y a pesar de que sé que es una cuestión de orden indispensable para estructurar un saber, no puede dejar de inquietarme el hecho de compartir el mismo estante con la ballena cuando de mamíferos se habla (porque esto, puede transformarse rápidamente en un verdadero caos si la bestia se despierta o, simplemente bosteza). Pero en el caso que nos ocupa, creo que no es más que la actitud propia del coleccionista de mariposas, que prefiere verlas hieráticas y numeradas antes que ocasionando un poco de caos libre y ventoso por ahí.
Pero si a pesar de todo lo dicho concebimos algo a lo que llamamos arquitectura latinoamericana, y si esto es así, habrá que responder a preguntas tales como cuáles son las semejanzas, las similitudes que han sido tomadas en cuenta, cuáles las jerarquías que se han manipulado para que nos coloquen a todos los de esta parte del mundo en este estante. Y una última cuestión: esta generalización, ¿no es lo mismo que rechaza?
Más razonable parece, entonces, hablar de las distintas arquitecturas que se construyen en los diferentes lugares que integran la América Latina.
S
i la intención es buscar algún rasgo común a todas, arriesgo que ése podría ser que la arquitectura de por acá -según el diccionario, acá indica lugar menos circunscrito o determinado que el que se denota con el adverbio aquí- se sensibiliza con el lugar, el horizonte, la inmensidad, la vastedad, eso es lo que nos diferencia. Somos más geográficos que históricos (no tenemos un pasado que nos una). El paisaje es lo que nos hace paisanos. Y esto de alguna manera implica puntos de vistas comunes. Y el hecho de ver por la misma ventana nos presupone habitantes bajo el mismo techo.
De todas formas, antes de perdernos en la búsqueda de una definición que domestique a este monstruo de múltiples cabezas y de preocuparnos por saber cuáles serán los sombreros o paraguas necesarios para techarlas, creo que es imprescindible establecer claramente cuál es nuestra tarea.
Los arquitectos debemos ser capaces de reconocer la concepción del espacio que late en nuestro tiempo y transformarlo en lugar habitable del hombre, en objeto arquitectónico, dejar de lado las arquitecturas pre-fabricadas y cuestionar los incansables modelos agotados detener razón; esto es, intentar realizar una arquitectura que modifique el presente para poder encontrar en el futuro nuevos pasados. Es decir despojarnos del objeto heredado. Porque, tal vez y después de todo, exista un pasado, nuestro vasto pasado geográfico esperando en la Pampa, un pasado que quizá no sea mucho más que aquel que describió Oliverio Girondo, con palabras tan justas: de tu origen marino no conservas más caracol que el nido del hornero.
Pienso que la actitud que debemos tomar ante los muchos y desesperados intentos de clasificarnos es la que adopta sabiamente Jorge Luis Borges en su ensayo El escritor argentino y la tradición, escrito en el año 32 (unas mil noches más tarde de la inauguración del Pabellón de Mies). O ser argentinos y, en una perspectiva más amplia, latinoamericanos es una fatalidad (y en ese caso lo seremos de cualquier modo) o es una afectación (y en ese caso la cuestión carece de todo valor). Pero sigamos con lo importante, lo que verdaderamente cuenta es que la apuesta en cada uno de nuestros trabajos debe ser la de no traicionarnos; de esta manera, seremos argentinos, chilenos, brasileños y, para aquellos que así lo consideren, seremos latinoamericanos, pero también y más importante, seremos buenos o tolerables arquitectos.
Y para terminar donde empecé, así tengo la sensación de no haber ido a ningún lado, vuelvo a Borges. Como en Internet.
“He encontrado días pasados una curiosa confirmación de que lo verdaderamente nativo suele y puede prescindir del color local; encontré esta confirmación en la Historia de la declinación y caída del Imperio Romano de Gibbon. Gibbon observa que en el libro árabe por excelencia, en el Alcorán, no hay camellos; yo creo que si hubiera alguna duda sobre la autenticidad del Alcorán, bastaría esta ausencia de camellos para probar que es árabe. Fue escrito por Mahoma, y Mahoma, como árabe, no tenía por qué saber que los camellos eran especialmente árabes: eran para él parte de la realidad, no tenía por qué distinguirlos; en cambio, un falsario, un turista, un nacionalista árabe, lo primero que hubiera hecho es prodigar camellos, caravanas de camellos en cada página; pero Mahoma, como árabe, estaba tranquilo: sabía que podía ser árabe sin camellos. Creo que los argentinos podemos parecernos a Mahoma, podemos creer en la posibilidad de ser argentinos sin abundar en color local” . (2)


1- La idea de los dos caos aparece en el prólogo al libro de Michel Foucault, Esto no es una pipa. En realidad, el caos de lo igual es contrario a la idea de orden en el sentido en que en él es imposible establecer jerarquías y, por lo tanto, ordenar.
2- Jorge Luis Borges, “El escritor argentino y la tradición” en Discusión, 1932.





INSTRUCCIONES PARA SUBIR UNA ESCALERA. Julio Cortazar.

Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situó un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.